jueves, 21 de enero de 2016

Barriga llena...de Jackson Veyán



Tras un periodo de descanso retomamos el blog con un nuevo post que hoy  dedicamos a uno de los  artículos en prosa que publicaba Jackson Veyán  en los periódicos y luego reunía  en un libro para sus seguidores.
No necesita de más explicación que su propia lectura: Nos muestra como siempre, a un Jackson Veyán ingenioso, al cabo de los placeres culinarios, al mismo tiempo que consciente  de la “necesidades sociales”, reflejo de la época que vivió. Como siempre algunas de sus reflexiones cobran hoy día actualidad.
Ojo,…abstenerse hambrientos


BARRIGA LLENA....

No cabe la menor duda de que á Dios alaba.
Después de haber comido bien no se le ocurre á nadie salir con un trabuco á la carretera.
A un hambriento se le ocurre eso y mucho más.
El estómago y el cerebro están íntimamente relacionados. Son dos buenos amigos qué sé comunican sus impresiones y que comparten sus alegrías y pesares.
A estómago vacio, entendimiento huero, por más de que cuatro poetas que han perdido la esperanza de comer sostengan lo contrario.
¡Qué de ideas generosas y de pensamientos sublimes despiertan una rosca, una botella de vino y un bisteff con muchas patatas! .
Los españoles tenemos la barriga en el mayor abandono, y así nos vemos los pobrecitos españoles.
Gazpacho frio en verano y caliente en invierno en Andalucía, pote en Galicia, arroz en Valencia y cocido en Madrid. Con esos alimentos no se va á ninguna parte, antes al contrario, se nos vienen encima á cada momento.
¡El gazpacho!... Triste condena á pan y agua.
¡El pote!... Nabos, verduras y judías, ó sea un pot-pourrit de aires nacionales.
¡El arroz!... Alimento chino muy propio para refrescar cuando es un arroz cocido, y no en forma de paella, en cuyo caso es un arroz de espectáculo, con sorpresas de pollo y de jamón.
¡El cocido!... Permitidme derramar una lágrima ante el recuerdo de ese enemigo de toda mi vida.
Garbanzos y patatas, un poco de carne y un miligramo de tocino. Con eso vivimos medio Madrid, y luego se extrañarán de que haya suicidios, y de que se ahorquen relojes, y de que todos queramos ser ministros.
 Como que los ministros tienen principios, cosa de que carecemos toaos los artistas de corto vuelo y empleados de poca pluma.
A nadie más que á un español se le ocurre cocer en un puchero garbanzos, patatas, carne y tocino con agua y sal, beberse la sustancia como entrada y luego, como plato fuerte, comerse el resto.
Cada vez que tropiezo con un inglés, lo que me sucede con frecuencia, y !e veo los ojos inyectados en carne cruda y las narices amoratadas por el coñac, suspiro con envidia, porque ese inglés tiene fuerza, y es amante de su familia y hasta de su patria.
 Los españoles tenemos que renegar de todo: como que estamos cocidos por nuestros cuatro costados.
Los cocineros italianos dan el queso con excesiva frecuencia, pero sin embargo, yo los admiro con sus macarrones y todo.
De la cocina francesa no hablemos.
Esa es la aristocracia del arte.
En Francia un cocinero es un doctor en ciencias exactas, con gorro blanco.
Presentan en sus platos la coquetería del amor, las inconstancias de la política, las ilusiones del arte.
Allí hay manjares para novios, para recien casados y para viudas con hijos.
Allí á un general se le sirven corazones de gallo y riñones de león, y á un ministro se le dan lenguas de cotorra y camaleones en salsa.
Por eso Francia es el primer estómago del mundo civilizado.
Un hombre harto es incapaz de meterse con nadie. Por eso los españoles andamos siempre á bofetadas unos con otros.
El hambre es la enfermedad nacional que nos consume.
Si los soldados, comieran mejor, qué pocos regimientos se sublevarían.
Si los empleados postales y telegráficos no comieran tan mal, qué pocas cartas se perderían y qué pocos telegramas sufrirían retraso.
Un ordenanza que cobra seis reales es imposible que pueda con el peso de seis despachos; por eso tarda seis horas en llevarlos á los destinatarios.
Dá pena entrar en una oficina del Estado y ver á los pobres escribientes de la rueda.
Son cadáveres con un nombramiento oficial, y así los expedientes se mueren poco á poco por falta de nutrición.
Mucha fibrina, mucho fosfato de cal y mucho hierro sobre todo, necesita este desdichado país si ha de levantar la cabeza.
Los empleados particulares tienen mejores vistas que los públicos, v están colorados y robustos, salvo escasas excepciones.
Un estómago vacio es un bolsillo sin dinero.
El jugo gástrico trabajando sobré las paredes que lo encierran, es como un perro que trata de saciar el apetito mordiéndose el rabo.
Y la cabeza, que es un piso principal que tiene la cocina en el entresuelo, y siempre está asomándose á abajo aguardando que el perezoso ascensor le suba los alimentos, ¿qué pensará cuando sólo llegan hasta ella los sordos gritos de las tripas que se muerden unas á otras por no poderle proporcionar al señorito de arriba el atómo viviente que necesita para sus continuos trabajos?
Un pobre, honrado, es un milagro de la naturaleza. ¡Estamos expuestos á tantas tentacionesl
Dicen que la -privación es causa del apetito. Yo creo que la privación es causa del hambre, así como el hambre es causa del crimen, casi siempre.
Comer bien es sinónimo de obrar bien, á pesar de todas las filosofías de los hombres de talento que no comen.
Una mesa llena de luces y de flores, y servida por camareros con frac, que parecen diplomáticos con servilletas al hombro, es de lo más consolador que puede ver el hombre.
Las aceitunas llenas de jugo y húmedas por fuera, como si derramaran lágrimas por la hermosa Sevilla que les dio su cuna; el salchichón de Lyon con sus incrustaciones de gordura blanca; la cabeza de jabalí que parece que guiña el ojo; las anchoas nadando en aceite; el artístico ramillete, palacio de guirlache y de huevo hilado, que tiembla por la suerte que le aguarda; el champagne, elemento revolucionario que se revuelve en su encierro con la alegría del porvenir, porque sabe que ha de saltar al fin y al cabo y ha de trastornar todas las cabezas... Ese espectáculo es sublime, y despierta en todos los corazones el deseo de las grandes conquistas y de las más difíciles empresas.
 Los autores, franceses, que son los únicos que comen bien, de sobremesa fraguan sus problemas dramáticos y sus intrigas cómicas.
Pensando en la digestión de los vecinos se inspiran los pocos españoles que ganan algo con la pluma.

¿Qué hacen los políticos cuando no encuentran la solución práctica de una crisis?
Arrojarse en brazos de Lhardy ó de Fornos, que son los que se encargan de salvar las dificultades y de hermanar las opiniones contrarias.
Después de un banquete no hay un diputado que no sea ministerial, si el ministerio es el que paga.
Barriga llena... á la situación alaba.
¡Quién pudiera comer bien para elevar el pensamiento y purificar el alma!
¡Yo os odio, garbanzos míos, con toda la rabia de mi corazón!
El hambre no puede inspirar más que horrores.
¿Quién se acuerda del casero, ni del sastre después de comer?
¿Dicen que Cervantes no cenó cuando terminó el Quijote?
Pues si el pobre Miguel, con hambre y todo escribió esa maravilla del arte .de la palabra, ¿qué no hubiera escrito después de comerse un faisán y haberse bebido media botella de Chateau-Márgaux?

José Jackson Veyan.




Fot.  Retrato de Jackson Veyán Almanaque de la Ilustración ( Bibioteca digital de la Prensa Historica)